De todas las devociones que la Catedral ha fomentado en el trascurso de los siglos es la de Nuestra Señora de los Reyes la más importante y compleja. La tradición constante recogida por los autores del pasado es que esta menuda talla de la Virgen María fue una de las tres que los Reyes Católicos regalaron a la ciudad conquistada por ellos en el verano de 1487, entre las que se incluye la soberbia imagen de Santa María de la Victoria, mientras que la de la Virgen de los Reyes fue entregada al clero catedralicio.
Según se cuenta fue con la Virgen de los Reyes con la que desfilaron triunfalmente las tropas castellanas el domingo 19 de agosto de 1487, en el acto oficial de la toma de Málaga. Seguidamente la imagen sería entronizada en el altar portátil levantado en la mezquita mayor donde presidió la solemne función de acción de gracias por la victoria conseguida y entregada, desde entonces, al clero catedralicio.
Lo que sí sabemos con certeza es que para el día 10 de septiembre de 1487 el retablo con la referida imagen estaba ya instalado en la mezquita principal convertida en templo mayor cristiano. Fecha ésta en que sí tendría especial preponderancia a presidir las ceremonias de dedicación de esta primera catedral tras la incorporación de nuestra ciudad al Reino de Castilla.
Otro suceso recogen los anales relativo a la Virgen de los Reyes que resulta más destacado en lo que se refiere a su patronazgo sobre el clero catedralicio. Ocurrió a las cinco de la mañana del día 5 de abril de 1637. A esa hora, por entonces nada intempestiva, cuando los servidores se disponían a abrir la Catedral al culto se encontraron fuera de la misma, colocada sobre un poyete de la entonces puerta principal (hoy la secundaria llamada de las cadenas), a la preciosa talla. La sorpresa debió ser mayúscula. Cuando los canónigos fueron advertidos de lo sucedido procuraron con toda diligencia averiguar quién o quienes habían sido los responsables de aquella broma de tintes aparentemente tan irrespetuosos.
Sin embargo, como las pesquisas resultaron infructuosas y se llegó a la conclusión de que ninguna persona podía haber accedido al recinto sacro durante la noche y transportado la efigie, dieron por buscar una explicación sobrenatural, sospechando que lo acontecido era una advertencia milagrosa del Cielo para prevenirles de alguna calamidad próxima. Y, en efecto, a primeros de mayo se declaró en la ciudad una virulenta epidemia de peste que se cobró gran cantidad de vidas hasta su remisión a finales del mes de agosto de ese mismo año.
Los racioneros de la Catedral, o sea, el conjunto de clérigos o prebendados al servicio de ella, por lo que recibían una ración o sueldo en metálico o en especie para su sustento, se acogieron a la protección de Nuestra Señora de los Reyes haciendo ante su altar toda clase de rogativas y penitencias y atribuyeron finalmente a su poderosa intercesión el cese de 3 la mortífera plaga. Agradecidos, no tardaron en tomar la decisión de constituir una hermandad en su honor para velar por su culto y así lo hicieron estableciendo dos mayordomos o hermanos mayores elegidos anualmente y según estricto orden de antiguedad. Estos individuos eran igualmente los responsables de custodiar las pertenencias de la imagen a la que se sobrevestía con ricos mantos telas bordadas o brocadas y con otros aditamentos propios del gusto y de la época barroca, como se puede apreciar en uno de los grabados de las aleluyas de la Catedral, cuyas planchas de impresión se realizaron hacia 1785.
Durante la Guerra Civil se pudieron salvar tanto la imagen de Nuestra Señora de los Reyes como las de los Reyes Católicos que la acompañan y la peana que las sustenta, si bien perdió algunos de los angelitos. La propia Virgen sufrió la rotura de la cabeza y de parte del cuerpo del Niño, según se puede apreciar en las espeluznantes fotos
pertenecientes al archivo Temboury de la Diputación Provincial.
Aunque Nuestra Señora de los Reyes no pasó más allá de ser considerada como especial abogada y patrona de los racioneros de esta Santa Iglesia, su culto llegó a estar equiparado en ocasiones al de los tutelares de la ciudad como el Santo Cristo de la Salud, Santa María de la Victoria y los patronos Ciriaco y Paula. Con ellos presidió en el primer templo de la diócesis a lo largo de la historia rogativas y funciones extraordinarias en acción de gracias.
Asimismo, hasta el siglo XIX, era práctica habitual que la imagen fuera instalada a un lado del altar mayor con ocasión de la celebración de determinadas fiestas litúrgicas. Ya a finales del siglo XX y principios del XXI, la imagen de Nuestra Señora de los Reyes ha presidido el altar que la Adoración Nocturna ha venido montando en el atrio de la Catedral para la celebración del Corpus Christi.
Precisamente en el siglo XX, como motivo de la renovación del Código de Derecho Canónico de 1983, se reformaron también los Estatutos del Cabildo de la Catedral de Málaga, pasando a ser canónigos tanto los que ya lo eran como los beneficiados. Con ello el patronazgo de la Virgen de los Reyes se extendió a todos los canónigos.
La fiesta de Nuestra Señora de los Reyes se ha venido celebrando desde el siglo XVII el día de la Presentación de Nuestra Señora cada 21 de noviembre. Los beneficiados no sólo solemnizaban la celebración haciendo participar a la Capilla de Música y vistiendo la imagen con sus joyas, mantos y coronas, sino que se incluía un pequeño ágape de bizcochos y chocolate, en alguna dependencia de la sacristía menor, al que se invitaba a todo el Cabildo, capellanes y personal de la Catedral.
Todavía hoy, ya en pleno siglo XXI, cada 21 de noviembre siguen repicando las campanas a mediodía y se saluda la imagen de Nuestra Señora de los Reyes, adornada humildemente con flores, con el canto de la salve entonado por los asistentes a misa de coro.
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